Qué aire tan amargo. Te enfrentaste al horizonte con paso
firme y una maleta y no volviste la
vista atrás, o quizá es que la luz se reflejaba en tus gafas y me quedé sin
saber si me estabas mirando. Hay corazones demasiado frágiles para darte una
segunda oportunidad, y una vez que se cierran ya no pueden volver a abrirse.
Supongo que los dos pensamos que sentarse en la hierba y
hablar de nuestros sueños era suficiente, pero no lo es. Una tarde de verano no
es suficiente. Una media sonrisa no es suficiente. Pasar tiempo contigo día
tras día cuando nada cambiaba más que los cortes de pelo y las capas de ropa no
es suficiente. Conveniente y necesario no significa suficiente.
Es una pena que tu idea de libertad sea cerrar la puerta a
quienes te quieren porque no sabes quererles de verdad, cerrar una puerta y
otra y otra cuando el dolor ajeno amenaza esa levedad que buscas y que yo nunca
podría darte, porque la vida me pesa tanto que no sabes lo mucho que me esforcé
para mirarte a los ojos en primer lugar. El precio de la ligereza es la soledad
en compañía, y puede que se te olvidara que hay puertas que una vez que se cierran ya
no pueden volver a abrirse. O que, cuando por fin lo hagan, no aparecerá nadie al otro
lado.
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