miércoles, 6 de mayo de 2015

Despedidas.



Qué aire tan amargo. Te enfrentaste al horizonte con paso firme y una maleta y no volviste la vista atrás, o quizá es que la luz se reflejaba en tus gafas y me quedé sin saber si me estabas mirando. Hay corazones demasiado frágiles para darte una segunda oportunidad, y una vez que se cierran ya no pueden volver a abrirse.


Supongo que los dos pensamos que sentarse en la hierba y hablar de nuestros sueños era suficiente, pero no lo es. Una tarde de verano no es suficiente. Una media sonrisa no es suficiente. Pasar tiempo contigo día tras día cuando nada cambiaba más que los cortes de pelo y las capas de ropa no es suficiente. Conveniente y necesario no significa suficiente.


Es una pena que tu idea de libertad sea cerrar la puerta a quienes te quieren porque no sabes quererles de verdad, cerrar una puerta y otra y otra cuando el dolor ajeno amenaza esa levedad que buscas y que yo nunca podría darte, porque la vida me pesa tanto que no sabes lo mucho que me esforcé para mirarte a los ojos en primer lugar. El precio de la ligereza es la soledad en compañía, y puede que se te olvidara que hay puertas que una vez que se cierran ya no pueden volver a abrirse. O que, cuando por fin lo hagan, no aparecerá nadie al otro lado.

domingo, 8 de diciembre de 2013

Puentes.



corro con vosotros. 

corro con vosotros y a veces
nos damos la mano y avanzamos juntos
pero.

pero siempre llegamos al mismo río y lo cruzáis
y de pronto se os olvida
que yo no sé nadar.
me gritáis desde la otra orilla
“¡cruza, cruza!”
pero yo no sé nadar,

y nunca me habéis tendido

ningún puente.

miércoles, 23 de octubre de 2013

El espejo: Interludio

Cuando crecemos, la cara se nos alarga, y nuestros ojos parecen más pequeños. Es curioso como la edad cambia la forma en que percibimos sensaciones que nos acompañan toda la vida: el frío de un atardecer de otoño, por ejemplo. Las hojas caídas, el  calor que nos envuelve de golpe al entrar en casa con el abrigo puesto, la Navidad, el bullicio de un café, una bofetada de viento helado. Para un niño de mejillas rojas que solo asoma la punta de la nariz entre el gorro y la bufanda, el viento está fuera, y él está dentro. Cuando crecemos, estamos fuera. Cuando crecemos, estamos fuera, y nuestro corazón parece más pequeño.

   *          *           *

Nunca quise depender totalmente de alguien, y aún así me aferré a ti con todas mis fuerzas para no desaparecer en el abismo. Qué cosa tan terrible cargar a una persona con la responsabilidad de ser tu único punto de apoyo. Y sé que hay veces que te levantabas odiándome y apretabas los puños y los dientes y te preguntabas por qué, y si de verdad todo aquello merecía la pena.
Nunca quise que te sintieras responsable. Y, sobre todo, nunca quise que dudaras de que podía ver la misma luz que tú veías y sentir la misma calidez que te producían ciertos sitios, ciertos momentos, y entenderlo, y querer compartirlo, pero solo era un reflejo a través de la bruma. Y no se puede compartir un reflejo.

(Sabes lo mucho que yo amaba y odiaba esa ciudad
con el viento helado arrastrando el olor a sal hacia el puerto
            y la falta de luz y
las hojas muertas,
congeladas en oscuros montones bajo las farolas.) 

Aquella tarde, ¿te acuerdas de aquella tarde? ¿De cómo fuiste la primera persona que, al mirarme, me veía? ¿De cómo me encontré reflejada en ti y tú reflejado en mí y todo parecía tan simple y evidente como el bullicio y las luces a nuestro alrededor? Cuando todo se volvió oscuro, cuando la bruma se volvió impenetrable y el silencio me destrozaba los oídos… bueno; entonces, aún entonces, siempre me quedaban tus ojos.

Dicen que el abismo te devuelve la mirada, pero se equivocan. 
lo único que te devuelve la mirada
 es el espejo.

sábado, 19 de octubre de 2013

Four lads who shook the world.



Y apagué la cámara y me quedé ahí preguntándome cuántas veces lo harían ellos. Cuántas veces se apoyarían en esa misma barandilla, mirando el mismo puerto, con las torres de ese mastodonte llamado Liver Building a la espalda y pensando en el futuro. ¿Llegaré a alguna parte? (Quiero que Mary esté orgullosa) ¿Llegaremos a alguna parte? (Quiero que Julia esté orgullosa). Quizá, exactamente en ese mismo sitio, hace más de cincuenta años, un teddy boy enfadado con el mundo y que ni siquiera sabía afinar una guitarra soñó con ser como Elvis. El agua gris, el puerto gris, el cielo gris. Y el mismo viento.

“Before Elvis, there was nothing.” Después llegasteis vosotros.

Es y a la vez no es el mismo viento, la misma agua; la barandilla habrá sido pintada decenas de veces, capas y capas de pintura, capas y capas de historias en una ciudad que es pero no es la misma, los edificios rojos con ventanas nuevas, el valiente pero indeleble recuerdo de la guerra, los barcos, música en húmedas calles de neón. Maggie Mae, Mendips, Penny Lane, Strawberry Field, Matthew Street, now they know how many holes it takes to fill the Albert Hall

El pasado y el presente se tocan a veces con la punta de los dedos, y caminas entre fantasmas de lo que no has vivido y nunca vivirás. Las risas y la música y el calor y el color que solo conocemos en blanco y negro.
No importa lo mucho que Liverpool cambie ni lo mucho que yo o el resto de millones de personas a las que, con las primeras notas, nos vibra el corazón, cambiemos. Ellos siempre van a ser los mismos, que es al mismo tiempo lo más triste y bonito de un sueño que ha terminado -pero que no terminará nunca. Cuatro chavales que pusieron el mundo patas arriba.

lunes, 29 de abril de 2013

Explico algunas cosas.



Pensaréis que soy feliz. Cuando me río y me pongo colorada y asiento y comprendo lo que decís y sentís, cuando gritamos sobre algo y hablamos y os quiero tanto. Será porque soy irónica y a veces hasta ingeniosa y doy mil vueltas porque habrá que reservar el buen humor para algún momento, digo yo. Será porque no veis ciertas cosas o la falta de ellas, y te quiero abuelita aunque no atiendas a razones y te quiero mamá aunque me mires y solo veas decepciones y defectos y no nos conozcamos después de veinte años. Sentirte un fracaso para ti y para los tuyos, si es que se pueden llamar así. Supongo que si algo se me da bien es hacer un grano de arena a partir de una montaña para tragármelo y que nadie vea lo que nadie quiere ver y que nadie sepa lo que nadie quiere saber, y Alba debería trabajar como hace todo el mundo, y Alba debería estudiar algo útil como hace todo el mundo, y Alba debería echarse novio como hace todo el mundo, y Alba debería ser como todo el mundo como hace todo el mundo, y seamos sinceros, nadie necesita a Alba. Me estoy ahogando. Será porque no tenéis a un extraño por padre, o porque no echáis en falta la llegada de un extraño, o porque no sois unos extraños. Será porque no os vais quedando sordos y mudos emocionalmente año tras año tras año tras año y cuándo cuándo vas a hacer esto y lo otro nunca, mamá, nunca, nunca abuela, nunca. Y cuándo vas a dejar de tener miedo al futuro y a los demás, nunca, Alba, nunca, y cuándo harás honor a tu nombre. Será porque no os han mirado como me miran a mí, como me miro yo cuando el tiempo pasa arañando la piel y los espejos y solo los ojos son los mismos, pero con menos brillo y más miedo, otro libro leído, otra película vista, pero el mismo pozo de inseguridades y carencias en el corazón. O será porque me río y me pongo colorada y asiento y comprendo lo que decís y sentís, porque gritamos sobre algo y hablamos y os quiero tanto, y pensaréis que soy feliz. 

Pero no lo soy.

jueves, 18 de abril de 2013

Flatland (Sam)



Un bache.

Un bache.

Cada casa es una lápida.

Un bache.

Los problemas no te hacen especial, solo más desgraciado.

Un bache.

Madre, yo quiero ser feliz.

Madre, yo quiero vivir las aventuras al inventarlas.

Madre, yo quiero que la vida no sea bache tras bache y cada casa una lápida y que las aventuras puedan vivirse de verdad al inventarlas.

Cada casa es un bache.

Cada día es una lápida.

Cada aventura es el espejismo en medio del desierto, la arena de los días es ceniza.

Madre, yo quiero que las aventuras me ayuden a dejar atrás los baches de ceniza al inventarlas y que el espejismo sea de verdad un oasis más allá de los días y las casas.

Madre, no quiero ser solo un bache.

No quiero ser ceniza.

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(Pues verán, supongo que aquello no era bueno para ninguno de los dos, pero es difícil ser siempre profesional  cuando necesitas a alguien que te ayude a curarte las heridas.)
 
Su pierna suave en la semioscuridad sé que me mira y la siento mirarme pensaríais que hay que ayudarse a uno mismo antes de intentar ayudar a los demás pero ella está aquí conmigo con todos sus diplomas y sus complejos y sus lágrimas aún por derramar y vuelve a casa y se siente tan sola que quizá por eso es capaz de entender hasta al más miserable de la tierra o eso piensa o cree que piensa o cree que cree que piensa.

Paciente de paciente.

Un espejismo, una fuente de ceniza.

Atlas.

Madre, por qué me condenaste a la eternidad de este desierto.

(Allí es donde lo encontraron.)       

Otra más otra más qué es lo que te hace diferente aparte de tu miseria y tu doble moral nada madre por qué me redujiste a esto por qué a una suave pierna de mujer en la semioscuridad por qué ya nunca podré volver a pensar y ni a inventar nada yo a veces lloraba pero no sabía cómo explicarlo.

(De pronto se levantó y me dijo que me largase, y le miré sin poder creérmelo. Tenía la cara contraída de rabia, como…como si me odiara.)

QUE TE VAYAS DE MI CASA

Fuerafuerafuerafuera

(Me levanté llevándome la sábana conmigo. Se tapó la cara con las manos, cruzando su lado de la habitación una y otra vez, histérico. Hizo añicos la lámpara de la mesilla de noche; creo que le sangraba la mano.)

ES QUE ESTÁS SORDA

Ya no puedo más no puedo más deja de mirarmedejademirarme, no ves que lo que tienes delante no es nada, yo ya no soy nadie.

(Nunca me habían apuntado con un arma. Les juro que pensé que iba a dispararme.)

Nadie.

(Allí es donde lo encontraron.)

martes, 5 de febrero de 2013

Recuerdos desde un lado del espejo.



Me acostumbré a todo.

A una cara roja por la sal de las lágrimas.
A que llorases hasta vomitar de rabia.
A sonrisas entre comprensivas y condescendientes, a veces amables de verdad, pero siempre incapaces de esconder bien la preocupación. También a las salas de espera con revistas de familias abrazadas vestidas de blanco y mujeres sonriendo, que por suerte y por desgracia no se parecen en nada a ti.

(Por suerte y por desgracia, soñabas más despierta que dormida.)

“Es antinatural que a alguien le guste el mal tiempo”, me decías cada otoño, empujando el paraguas contra el viento.
Bueno, ya no sé si hablabas solo del clima.

Hay veces en que el frío se te mete dentro y lo único que puedes hacer es intentar correr más rápido que él. También sé que puede ser contagioso, vaya si lo sé; todos buscamos el calor y no está bien repartido ni hay suficiente, por eso es tan fácil perderlo o quitárselo inconscientemente a los demás. Pero cómo se supone que lo ibas a evitar.

Y no importa: yo me acostumbré a todo.

A que estuvieras sin estar, como una conversación telefónica cara a cara.

A las yemas de tus dedos en las líneas de los mapas.

A las yemas de tus dedos en las líneas de mi piel.

A las yemas de tus dedos en las líneas de mi vida.