jueves, 22 de marzo de 2012

Flatland (Rick y Darla)

Recogemos las toallas y los restos de la barbacoa y los meto en el maletero, en la cesta de mimbre. Empieza a atardecer y el viento que viene del mar nos invita a marcharnos.
“Podemos dar un rodeo y atravesar el barrio antes de volver a la ciudad, ¿qué te parece?”
“Han pasado quince años.”
Es curioso volver a lo que creías tuyo y no encontrar nada. Los niños siguen andando en bicicleta por todas partes, hay hombres segando la hierba del jardín en manga corta a un lado y a otro de la calle, algunos garajes abiertos y llenos de trastos, otros cerrados. Todo es igual y, sin embargo, todo es diferente, aunque al principio no quiero darme cuenta.
“¿Hemos pasado ya tu casa? No he visto…”
Te miro y pareces relajada, pero tienes los ojos vidriosos e inmóviles. Tu casa ya no está. La mía, como compruebo cuando giras a la derecha, tampoco; ahora es el aparcamiento de un centro comercial sin inaugurar. De hecho, toda la calle ha desaparecido, y ya no es Hummingbird, sino solo 17th. Me hundo en el asiento y en mí mismo mientras seguimos recorriendo un barrio cada vez más extraño. El parque y el bosque se han convertido en un montón de calles nuevas con casas más modernas y jardines más pequeños. Es imposible, me digo, es imposible que la mitad de nuestra vida haya desaparecido, es imposible que estemos perdidos en la nada.
“Brian sigue viviendo aquí, sé que sigue en la misma casa, sé que no la tiraron.”
Paras el coche, pero tú no te bajas. Espera aquí, te digo, un poco más alto de lo necesario; ya verás, el bueno de Brian. Pero no es Brian el que me abre la puerta, o no es el Brian que yo recuerdo. El tiempo pasa inevitablemente por todos nosotros, lo sé, pero nunca he visto una mirada tan gris en unos ojos tan verdes como los suyos. Brian en monopatín, Brian riendo con su pelo largo y sus pecas, Brian nadando en el río, al final del bosque, Brian llorando cuando se rompió el brazo en el verano de 1985. Pero es Brian el contable el que me mira desde la puerta. “¿Eres Brian Sommers?”. No me sonríe. “Soy Richard. Crecimos juntos; de hecho…”
“Richard.” repite, y me sigue mirando, de pronto muy lejos de allí. “Ha pasado mucho tiempo…nadie compró la casa de tus padres, ahora ya…”
“No está. Lo sé.” No quiero hablar de lo que no está, sino de lo que aún sigue ahí. “¿Qué tal te va todo? De verdad. ¿Qué has hecho todos estos años?”
Se encoge de hombros, sonriendo sin ganas. “La verdad,…no lo sé. ¿Lo sabe alguien?”
“Alguien debería saberlo.” respondo, con el estómago cada vez más encogido. “¿Y los demás? ¿Queda alguien aquí?”. Niega con la cabeza. “No. Laura fue la primera en marcharse…a Seattle, creo. Thomas me llamó hace años, desde Europa”. Se quita las gafas y se frota el entrecejo, cansado. “Pasé once meses en Canadá con mis padres y, cuando volví, todos los demás se habían ido. Es como un virus, Richard.” No lo dijo, pero supe a lo que se refería.
Mira hacia atrás, hacia el interior, dudoso.
“¿Quieres pasar? Puedo preparar café.”
Echo un vistazo por encima de su hombro, y solo veo oscuridad en una casa que antes fue como mi segundo hogar. Después giro la cabeza hacia el coche, hacia Darla, aún mirando al frente con las manos en el volante. Se ha puesto las gafas de sol.
“Lo siento, pero tenemos que irnos. Me alegro mucho de verte, Brian. Por favor, cuídate.”
Me doy la vuelta para marcharme, y noto su mano en mi antebrazo. Me está mirando y parece a punto de ponerse a llorar o a gritar.
“No sé qué ha pasado con mi vida, Richard.”, susurra, con la voz llena de miedo. “A veces miro atrás y no recuerdo nada. A veces nos veo a todos en cada casa y en cada esquina. Y… me pregunto a dónde se han ido todos esos momentos.”
Quiero abrazarle, pero estoy paralizado. En vez de eso, me voy, me voy notando sus ojos llorosos en mi espalda, y me meto en el coche como un autómata.
No preguntas nada, solo arrancas, y conduces hacia la colina sin que yo te diga que es ahí a donde quiero ir, a donde solíamos subir en bicicleta todas las tardes de verano para ver la puesta de sol sobre los suburbios. Quiero hablar, quiero decirte todo lo que recuerdo, pero se me ha hecho un nudo en la garganta.
Salimos del coche y nos acercamos hasta el borde de la colina. El océano de casas se extiende hasta donde alcanza la vista, las sombras cada vez más alargadas, las calles cuadriculadas cada vez más naranjas bajo la luz del crepúsculo.
Todavía hay vecinos paseando por la calle, lejos de la vida frenética de la ciudad. Adolescentes riendo, como un día lo hicimos nosotros, aburridos de un día a día demasiado fácil sin saber que lo echarán de menos, que lo echaríamos de menos, que algún día querríamos volver pero no podríamos encontrarlo.
Tengo que apoyarme en tus hombros para no caerme, mientras sollozo como un niño.
“Lo siento mucho”, te oigo murmurar mientras me frotas la espalda lentamente. Me agarro a tus hombros, a tus brazos, a tus piernas, hasta que termino en el suelo de rodillas, las palmas de las manos apretándome los ojos con fuerza. Casi ha anochecido.
“¿De dónde somos, Darla?”
Niegas con la cabeza mirando hacia abajo, hacia esas calles que ya no nos pertenecen. “Nosotros no somos de ningún sitio.”
Nunca te he querido tanto en toda mi vida.
Nunca me he sentido tan perdido.

martes, 20 de marzo de 2012

Fragmentos.

Me acuerdo de los veranos en el Coto. ¿Cuántos tenía? ¿Ocho, nueve, diez años?

Me acuerdo de los chicles de miel, de los desayunos, del invernadero; me acuerdo de las cabañas de madera, de la 8 y la 8 bis, y de que todos queríamos la de la piscina porque era grande e importante y porque estaba lejos de la de los monitores. Me acuerdo del observatorio, de la gimnasia matutina, de los herbarios, de los osos que jugaban en la bañera, del taller de velas, de las duchas, de que nunca me apetecía ir a la piscina porque había poca hierba y era áspera, y porque no me gustaba estar en bañador.

Me acuerdo del spray anti mosquitos, de las medallas, del día en que se escapó un ciervo y nos lo encontramos en medio de la plaza, mirándonos con ojos redondos. Y del Aula Magna, de cuando vinieron los malabaristas, de las canciones que teníamos que aprendernos para el último día. “Estamos en el coto escolar, porque León mola cantidad. Si quieres divertirte ven aquí…”, y siempre había alguien que decía “coto” cuando solo tocaba dar palmadas, porque en el fondo quedaba mejor decirlo dos veces… Sigo revisando esos veranos, y me acuerdo de cómo la gente empezó a cambiar, de cómo a las niñas les entraba la risa tonta e iban a hablar con los chicos y a mandarles cartitas, y de las veladas, y de que siempre he odiado y odiaré salir a hacer el ridículo delante de un montón de extraños. Pero otras noches, las buenas noches, cantábamos y mirábamos las estrellas. Me acuerdo de que aún éramos una generación sin móvil y nos llamaban por megafonía para hablar con nuestros padres por teléfono, del día del fuego de campamento, de “Quiero ser bombero”, de aquella noche en la que casi no podía respirar, de la primera vez que me callé durante una discusión y le di la razón a un adulto aunque se equivocaba, porque sabía que no me iba a escuchar. Los niños no hacen eso, y me di cuenta y pensé “vaya…”, y me pregunto si eso fue el principio de algo, y por qué a veces sentimos que es mejor morderse la lengua.

Me acuerdo del día que llegaban los padres, de la bandera, de las actuaciones, del intercambio de números de teléfono aunque nunca, nunca nos llamábamos. De los caballos, de cuando hicimos pan. De cómo cinco días parecían semanas y de que pasa el tiempo y he vivido y no vivido tantas cosas pero no puedo volver atrás a por ellas. Me acuerdo de Alba, con el pelo más corto, con el mismo corazón.

viernes, 16 de marzo de 2012

A Thursday in the life

Me encantas, eres tan mordaz. He fracasado totalmente contigo. Ya sé que a ti te da igual todo. Eres la mejor. Esto parece un psiquiátrico. Vamos a sacar los trapos sucios de Alba... porque eres la chica misteriosa. Me parece muy mal que no te emborraches. Es mi puto sueño. ¿Cómo son los canis ingleses? Casi lloro leyendo tu blog. Soy tú. Te voy a echar mucho de menos. Tía, pues vete a vivir a Inglaterra. No sé qué hacer con mi vida, no sé que hago estudiando algo que no me gusta. Alba es un nombre fácil de pronunciar cuando estás borracho. Me gusta tu cazadora, es muy redonda. Mira qué normal estás, eres lo peor. La gente solo se emborracha porque es la única manera de ser honestos consigo mismos. ¿Por qué eres la única que mantiene la dignidad? Me caes muy bien, pero no de puta madre. Venga, uno de absenta negra. Pues haz algo de borracho si tienes cojones. Necesito saber por qué. Vamos a bailar como Pocoyó. Lo único importante en esta vida es ser feliz.


(Cosas que me han dicho el jueves por la noche.)

martes, 13 de marzo de 2012

Dos canciones, una idea.

You always seemed so sure
That one day we'd be fighting
In a suburban war
your part of town against mine,
I saw you standin' on the opposite shore
.
But by the time the first bombs fell
We were already bored.

Quien dice guerra dice hacerse mayor, y quien dice suburbios dice aquí y ahora, en la sociedad del todo y de la nada. Crecer y no perderse a uno mismo, la verdadera guerra, la nuestra. Un bando o el otro, los vencedores o los vencidos, los que se dicen adiós o los que se aferran a todo lo que son y han sido y dicen no, no quiero, no quiero un mundo que me pide que llegue a ser alguien en lugar de llegar a conocerme a mí mismo. El mundo que te nubla la vista, que te susurra, que te convence para que dejes de sentir, y cuando te quieres dar cuenta no sabes dónde estás ni cómo has llegado hasta ahí y, por supuesto, se te ha olvidado el camino de vuelta.

They keep erasing all the streets we grew up in
Now the music divides us into tribes
You choose your side, I’ll choose my side

Y si, llegado el momento consigues volver, lo que te encuentras no se parece en nada a cómo era antes, a lo que tuviste y has perdido. Irremediablemente. En el tiempo.

Kids wanna be so hard
But in my dreams we're still screamin' and runnin' through the yard.

***

Now the music divides us into tribes ___....
You grew your hair so I grew mine
You said the past won’t rest
Until we jump the fence and leave it behind

Reconozco abiertamente que a veces tengo miedo, y frío. Miedo de despertarme un día y darme cuenta de que estoy viviendo la vida de otra persona, y frío cuando siento que mis propias decisiones podrían -pueden- hacerme llegar a esa situación, y tener los sueños tan atrofiados que no me importe. Tengo miedo de tener miedo.

Sometimes I can't believe it ____
I'm movin' past the feeling.
Sometimes I can't believe it
I'm movin' past the feeling again.

Me revuelven el estómago –y el alma- el vacío, la duda, el conformismo, la idea de consumirse lentamente en la cadena (de montaje). Elige una carrera, ¡corre! CLICK, SIGUIENTE. Estudia un máster. CLICK, SIGUIENTE. Busca un trabajo. ¿Quién dijo nada de realización personal?, ¡corre!. SIGUIENTE. Trabaja, arrástrate cada día y sueña con jubilarte y hacer todo lo que quieres. SIGUIENTE. Jubílate, y desea haber hecho mucho más antes porque ahora estás demasiado viejo, demasiado cansado, demasiado tarde. SIGUIENTE. Nada.

No digo que ese sea un mal camino –lo más difícil de esta vida es, creo, vivir, y yo no juzgo el camino de nadie. Pero lo es si no eres feliz, si cada paso te consume por dentro, si tus ilusiones se vuelven desilusiones, una carga en tu conciencia.

So can you understand
Why I want a daughter while I'm still young?
I wanna hold her hand
And show her some beauty
Before all this damage is done.

Yo lo único que quiero… lo único que quiero es tener derecho a dudar, a dar vueltas en círculos, a perder el tiempo, a equivocarme en mis elecciones y volver a empezar con decisión, a encontrarme a gente maravillosa durante el viaje, y oír muchos hasta luego (porque es inevitable) pero jamás un adiós. Derecho a no tener mi futuro decidido a los dieciocho, a los diecinueve, a los que haga falta, a ser capaz de hacerlo en cualquier momento. A ver el mundo en su totalidad y que la emoción me haga un nudo en el estómago ante el simple hecho de estar viva y por la belleza y las posibilidades que hay a mi alrededor. De reanudar el camino tantas veces como sea necesario, riendo, llorando, pero que, cuando se me arruguen la cara y la vida y el pelo se vuelva blanco y el futuro más pequeño, pueda mirar atrás y sonreír porque cada paso dado ha merecido la pena.

Now the cities we live in could be distant stars
And I search for you in every passing car.