Me acuerdo de los veranos en el Coto. ¿Cuántos tenía? ¿Ocho, nueve, diez años?
Me acuerdo de los chicles de miel, de los desayunos, del invernadero; me acuerdo de las cabañas de madera, de la 8 y la 8 bis, y de que todos queríamos la de la piscina porque era grande e importante y porque estaba lejos de la de los monitores. Me acuerdo del observatorio, de la gimnasia matutina, de los herbarios, de los osos que jugaban en la bañera, del taller de velas, de las duchas, de que nunca me apetecía ir a la piscina porque había poca hierba y era áspera, y porque no me gustaba estar en bañador.
Me acuerdo del spray anti mosquitos, de las medallas, del día en que se escapó un ciervo y nos lo encontramos en medio de la plaza, mirándonos con ojos redondos. Y del Aula Magna, de cuando vinieron los malabaristas, de las canciones que teníamos que aprendernos para el último día. “Estamos en el coto escolar, porque León mola cantidad. Si quieres divertirte ven aquí…”, y siempre había alguien que decía “coto” cuando solo tocaba dar palmadas, porque en el fondo quedaba mejor decirlo dos veces… Sigo revisando esos veranos, y me acuerdo de cómo la gente empezó a cambiar, de cómo a las niñas les entraba la risa tonta e iban a hablar con los chicos y a mandarles cartitas, y de las veladas, y de que siempre he odiado y odiaré salir a hacer el ridículo delante de un montón de extraños. Pero otras noches, las buenas noches, cantábamos y mirábamos las estrellas. Me acuerdo de que aún éramos una generación sin móvil y nos llamaban por megafonía para hablar con nuestros padres por teléfono, del día del fuego de campamento, de “Quiero ser bombero”, de aquella noche en la que casi no podía respirar, de la primera vez que me callé durante una discusión y le di la razón a un adulto aunque se equivocaba, porque sabía que no me iba a escuchar. Los niños no hacen eso, y me di cuenta y pensé “vaya…”, y me pregunto si eso fue el principio de algo, y por qué a veces sentimos que es mejor morderse la lengua.
Me acuerdo del día que llegaban los padres, de la bandera, de las actuaciones, del intercambio de números de teléfono aunque nunca, nunca nos llamábamos. De los caballos, de cuando hicimos pan. De cómo cinco días parecían semanas y de que pasa el tiempo y he vivido y no vivido tantas cosas pero no puedo volver atrás a por ellas. Me acuerdo de Alba, con el pelo más corto, con el mismo corazón.
"... de la primera vez que me callé durante una discusión y le di la razón a un adulto aunque se equivocaba, porque sabía que no me iba a escuchar. Los niños no hacen eso, y me di cuenta y pensé “vaya…”, y me pregunto si eso fue el principio de algo, y por qué a veces sentimos que es mejor morderse la lengua."
ResponderEliminar¡Ay, por favor...! No diré lo que ahora estoy haciendo con un pañuelo por culpa de ese lacrimógeno amasijo de recuerdos tuyos... >///<
PD: Que publiques algo nuevo, leñeeee!! xD