-You are a stream! Do you hear me? A stream.
-I'm not sure that means anything.
-I WANT A RIVER!
******
El día que tiré la televisión por la ventana fue el último día
que nos vimos. Me acuerdo de cómo cayó, prácticamente a cámara lenta, con un CRASH prolongado (casi cómico, en realidad),
rompiendo el acuario y la cristalera y cayendo al jardín que dejamos de regar
cuando ella quitó todas las flores y las cambió por un patio de cemento.
A: Estás completamente histérica,
estás histérica…no entiendo nada de lo que dices.
B: ¿No vas a decirme la verdad?
No estoy histérica. Dime la verdad; no estoy histérica. Eras tú quien quería
hablar, pues venga, vamos a hablar, ¡veeeenga!
A: ¿Sabes qué? Somos totalmente
diferentes.
B: ¿Sí? ¿Totalmente diferentes cómo?
¿En el sentido de que tú me engañas con otra persona y yo no?
A: En el sentido de qu-
B: CON UN HOMBRE. Me engañas con
un hombre.
A: Por favor, ¿puedes dejar de
gritar? Mira, no puedo entender…
B: ¿Qué es lo que no puedes entender
exactamente? Porque yo tampoco entiendo nada. Creía que todo esto…que esto nos
pertenecía. Que nos habíamos mudado aquí, que yo iba a encontrar trabajo y que
las cosas nos iban a ir bien, pero en el fondo sí, tienes razón, bien, somos
dos personas diametralmente opuestas, en todo, no solo en nuestra profesión, ni
en la forma de cocinar ni de vestir ni de viajar. Somos diferentes en todo. ¿Te
acuerdas del día en que nuestros padres se conocieron? ¿Te acuerdas, no? Y yo
quería que saliésemos todos a pasar el día en el campo para que todo fuese más
fácil pero tú, TÚ organizaste una cena, y nos vestimos de gala, por dios
bendito, y sacaste champán, ¡cómo si hubiese algo que celebrar!
A: Claro que había algo que
celebrar. Lo había, ¡sí que lo había! No, no empieces, esa cara no. Lo había,
pues claro que sí… No me montes el numerito con eso ahora.
B: No había nada. No, mírame. No
había NADA que celebrar. (…) Con un hombre, por dios. ¿Es guapo? Dime que al
menos es guapo. Espera. ¿No será de tu trabajo, verdad? Dime que no es uno de
esos ejecutivos porque te juro que me largo de esta casa.
A: (…)
B: Oh...Oh. Lo es. Bien, bien,
muy bien… ¿Sabes qué? En el fondo lo sabía, ¿eh? Sí, en el fondo lo sabía, siempre
lo he sabido. Todo esto, tú y yo, cómo nos conocimos. Siempre tuve esa duda. ¡Sí,
sí, deja de mirarme así! Siempre tuve esa duda, esa especie de cosquilleo en la
nuca, esa sospecha de que a pesar de las sonrisas y los guiños y de todo eso, a pesar de todo, solo te acercaste a mí porque éramos jóvenes y no sabías
muy bien quién eras.
A: Seguimos siendo jóvenes.
B: No, no lo somos. ¡Cállate! NO.
LO. SOMOS. Hemos dejado de serlo desde el momento en que has entrado por esa puerta y me has regalado
esta mierda de collar y he visto, HE VISTO, cómo se te ponía esa cara de “he
hecho algo horrible y quiero hacerte sentir bien sin decirte la verdad”.
A: Te he dicho la verdad.
B: Porque no te he dejado otra
opción, porque prácticamente se te ha escapado. Eres una mentirosa, No, ¡NO DIGAS NADA! Eres una puta mentirosa, ¿lo sabías? Porque espero que sepas lo
mentirosa que eres.
A: Te repito por enésima vez que
no me gustan los hombres.
B: ERES UNA PUTA MENTIROSA. ¡No!
¡No te atrevas a acercarte, no bajes ese escalón! Ni se te…ocurra. Ahí. Quédate
ahí.
A: Mira, escúchame. Escúchame, ¿quieres?
¿Me vas a escuchar? No soy...así. No lo soy.
B: Oh, vale. ¿Entonces qué eres?
A: …No lo sé.
B: Deja de hacer eso. Deja de
encogerte de hombros. ¡PARA YA! Una piedra, una rana, un barco de vela, dime qué
eres, porque si tú no lo sabes, yo tampoco.
A: No. Lo. Sé.
(…)
B: Tú nunca sabes nada.
A: ¿Qué?
B: Qué tú nunca sabes nada.
A: Oh, ya estamos…aquí viene.
B: Nada, solo sabes llenar esta casa de
muebles minimalistas de mierda y responder al teléfono. ¡Nada! Ni siquiera si
te gustan los hombres y las mujeres, ni siquiera pedirme perdón.
A: Que te he dicho que lo siento…
B: ¡Ya, pero no lo sientes! ¡No
lo sientes!
A: Sí lo siento, Susan, pero no
me escuchas-
B: No, no, no, no lo sientes,
¡eres una mentirosa! ¿Por qué me mientes, qué necesidad tienes de mentirme? Al
menos podrías tener la decencia, ¿eh?, la decencia de admitir que te da
exactamente igual todo esto, ya que no parece que vayas a dejar de ver a ese…a
ese.
(…)
A: Tienes razón.
B: ¿Ah?
A: Que tienes razón. No lo
siento.
(...)
B: Ah, muy bien. Perfecto, en
realidad.
A: Pero no me gustan los hombres.
Solo éste.
B: ¿Solo éste?
A: Sí. Sí, solo éste.
B: Menos mal, menos mal, eso ya
es muy distinto. En ese caso sigue tirándotelo, no te preocupes por mí, ¡adelante!
A: ¡No te he dicho que esté bien,
solo te he dicho que no es verdad que me gusten los hombres! Me gustan las
mujeres. Creo. O… o supongo que los dos.
B: Los dos, vale. Y me estás
engañando con él porque… (…) ¿Piensas contestarme?
A: En realidad esta discusión es
totalmente irrelevante.
B: ¿Cómo dices?
A: Creo que ya no te quiero.
B: Yo también.
A: ¿Qué?
B: Que yo también creo que ya no
me quieres.
A: ¿Y qué vamos a hacer?
[El personaje B se encoge de
hombros. El personaje B soy yo, claro. Soy yo la que se encoge de hombros esta
vez y a la que se le empañan los ojos, pero la sola idea de llorar en este momento me
cabrea. Me cabrea esta casa y me cabrea llevar años en una relación
construida sobre un montón de promesas que no sirven ni sirvieron nunca para
nada, y sobre la estabilidad económica que creíamos que nos salvaría de las
típicas discusiones innecesarias. Joder...joder.]
¿Y sabéis lo
que hizo entonces ella? BOSTEZÓ. Ni siquiera fue un bostezo falso para
molestarme, bostezó de verdad, e intentó disimularlo, pero fue un auténtico
bostezo de indiferencia. En el fondo a eso se reducía lo nuestro. A un bostezo.
Así que cogí su estúpida televisión ultraligera último
modelo, y de tan ultraligera que era casi no tuve que esforzarme para tirarla
contra la ventana del salón, llevándome por delante el acuario lleno de peces-payaso.
CRASH.
Pum. Qué espectáculo. La televisión
se hizo mil pedazos en el patio. Los peces se fueron escurriendo entre los
cristales rotos hasta caer en la alfombra, donde se agitaron de forma patética.
Nosotras éramos como esos peces agonizantes. Yo era como esos peces. Intentando mantener a flote esta especie de…¿de qué? De
estupidez, aunque cada vez nos costara más sonreírnos o besarnos o encontrar algo
que decir cuando volvíamos del trabajo. ¿Por qué nos portábamos como una pareja
que llevara 40 años casada? Y aquella casa…tan limpia y tan
fría y con esos muebles blancos y negros y de cristal, y la sauna, y el jardín
que había sido asesinado, arrancado de raíz como toda la vida que había y pudo
llegar a haber en este…iba a decir “en este hogar”, pero esto nunca ha sido un
hogar. Nunca ha sido nada, sinceramente.
Ni siquiera dio un respingo cuando rompí la ventana ni se
acercó a los peces que morían. Solo cuando me senté en el sofá y me tapé la
cara con las manos la oí sacar una bolsa de plástico y empezar a recoger los
animales y los trozos de cristal.
B: Creo que no quiero
volver a verte nunca.
Ni se molestó en responderme, pero me miró hacer la maleta
desde la puerta de la habitación, y yo la vi ahí parada, en la entrada de la
casa, con su traje azul marino y su BMW y su jardín de cemento, como pidiéndome en
silencio que no me fuese del todo.
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