lunes, 25 de junio de 2012

Flatland (Rory)


Vaya un rencuentro.
Es raro vestirse así, notar esta sensación en el estómago. Cuando consigo abrirme paso entre desconocidos bajo los escalones de piedra mientras el sol del mediodía me derrite los sesos y os veo ahí abajo, todos de traje, más o menos presentables, formando una especie de semicírculo sin saber muy bien qué deciros. Hace cuánto, ¿doce años? que no nos vemos, pero os reconozco a todos, y fijaos si cambian las cosas: de repente, soy el más joven.
Sam, que está exactamente igual pero con otro corte de pelo y barba de un par de días, mira mi camisa arrugada, y sé que puede oler a hamburguesa y aceite de freidora (me he duchado dos veces, pero no hay manera), y pone esa cara que pone siempre antes de una broma pesada, pero no abre la boca. Supongo que hay cosas que no se pueden decir en un entierro.

“¿Y bien? ¿Dónde os habíais metido todos estos años?”. Suena más como un reproche de lo que yo pretendía.
“Yo me mudé al centro, y allí sigo.”
“Seattle”
“San Francisco. Ahora trabajo en Silicon Valley...”
“Yo he estado en Europa, aquí y allá. Ahora mismo vivo en Londres.”
“¡Vaya! ¿Europa? ¿Qué se te ha perdido a ti en Europa?”
“Tus horizontes siguen tan amplios como siempre, Rory, felicidades.”
“Te aseguro que mis horizontes no tienen dinero para cruzar el charco, no todos somos-“
“¿Y tú, Sue?”, interrumpe Brian, pacificador.

Ella da una calada al cigarro. Tengo que decir que está muy guapa con el pelo corto y teñido de negro. Siempre ha sido muy guapa, aunque me gustaba más cuando sonreía. Y en fin, digamos que tras todos mis esfuerzos, resulta que su barco flotaba en otras aguas, si sabéis lo que quiero decir.

“Ahora vivo en la costa este. Nunca pensé que acabaría en Boston, con ese tiempo, con esas nubes. Supongo que le he acabado cogiendo el gusto a las estaciones.”

“Yo me quedé.” Brian parece casi avergonzado, y le dirige una mirada tristísima a Rick, que asiente. No hay que ser un genio para darse cuenta de que ellos dos no llevan tanto tiempo sin verse como los demás, ni de que Brian siente que le hemos abandonado con la carga de recordarnos a todos.

“Já, el último guardián de los suburbios”, bromea alguien.

Toda una carga, si lo piensas.

“No sé cómo aguantas” Sue lanza el cigarro al suelo y pisa la colilla para apagarla, con expresión de disgusto. “Era un sitio de mala muerte. Allí nada cambia nunca.”

“No, Susan” comienza él, con esfuerzo, sin mirarle a la cara. “Todo cambia. Y… es  muy dif-”

“Bueno, Richie, ¿y tú? Dime que lo conseguisteis, eh. No me defraudes.”
Rick deja de mirar a Brian y me sonríe, aunque parece costarle un esfuerzo enorme. Era el mayor de todos nosotros, el líder, algo así como mi modelo a seguir. Siempre soñando con el futuro, siempre con ese nosequé en la mirada al caer la tarde, como si us ojos dijesen “Richard está ausente. Por favor, vuelva en otro momento”. Necesito saber que al menos él ha hecho algo que merece la pena.

Asiente con timidez. “Lo tenemos. Si todo va bien, empezaremos a grabar en dos semanas”

Le felicitamos. Él aprieta con fuerza la mano de Darla y se miran como ya hacían antes, como si se leyesen la mente. Creo que por un momento me siento un poco celoso…no por Darla, sino por ellos, siempre tan unidos, siempre contándose con los ojos todo lo que a los demás nunca nos decían con palabras. Años después de marcharse, de que todos nos marchásemos, se volvieron a encontrar, y no se han separado desde entonces. No es que yo lo entienda del todo, la verdad, pero espero que sean muy felices y que Darla le ayude con esa tristeza que sé que no es por el funeral, esa que parece que se lo va a tragar un día de estos.

Nos quedamos callados. Doy patadas a una piedra en un silencio que no es exactamente incómodo pero que me hace sentir aún más lejos de ellos, aunque no dura mucho; la madre de Sam  viene hacia nosotros, llorando, sudando y resoplando.

“Por Dios, no, que no se acerque aquí.”
“Lo que me faltaba…yo paso de esto”

Sue y su hermano se miran con cara de circunstancias cuando la mujer llega con la cara congestionada, tintineando con todos sus colgantes y sus uñas rojas y un enorme pañuelo con el que se seca las lágrimas y el maquillaje que se le desparrama por la cara. ¿Cómo puede haber envejecido tanto? Es increíble.
 “Chicos, como me alegro, como me alegro de que estéis aquí después de todo este tiempo”.

Todos estamos demasiado incómodos como para responder. Nos mira, moviendo la cabeza de uno a otro como una especie de gallina. Y luego, como me temía, me agarra del brazo (me está clavando las uñas) y me lleva aparte, hasta la tumba de Sam, y solloza con más fuerza en su pañuelo. Quisiera estar en cualquier otro sitio.

 “Tú eras su mejor amigo… ya sabes, cuando vivíamos en las afueras. Era maravilloso. Un poco inconsciente, eso sí, pero era un niño maravilloso. Todos lo erais. Y vosotros dos, los más pequeñitos…vosotros os queríais tanto…Y él quería tanto a su mami.” Se sonó, armando un jaleo impresionante. “Te parecerá una tontería, Rory, pero a veces pienso que la culpa ha sido mía.”

Quiero reírme ahí mismo, en su cara, frente a la lápida de Sam, partirme de risa hasta que él me oiga y se ría conmigo desde lo más profundo de este mundo de mierda. Quiero soltarme del brazo de esta mujer y decirle lo que pienso, lo que todos pensamos. Pero no digo nada.

Hay cosas que no se pueden decir en un entierro. No puedes decirle a la madre de tu amigo muerto que es responsable de que su hijo de veintisiete años se pegase un tiro en la cabeza.

domingo, 17 de junio de 2012

Lo antiguo, lo triste, lo auténtico.


Eres lo único que tengo, y no te tengo. Eres como un mediodía gris de otoño justo después de llover, eres cada estrella de nieve en la nevada infinita a través de mi ventana; eres una vacía tarde de domingo. Pero también eres el despertar perezoso en vacaciones, el rayo de sol que hace cosquillas en la mejilla a través de la persiana, eres el crujido de la primavera a la salida del colegio; eres una dorada tarde de verano.

Eres todas mis tardes, y mis mañanas, eres mis noches cuando no puedo dormirlas. Eres un millón de mariposas; eres esperanza y decepción cuando eres ilusión y desesperanza. Eres de color esmeralda. Quizá en un punto las paredes fueron de papel y la distancia fue solo -y como siempre, y por desgracia- la que yo puse, la que probablemente volvería a poner y pondré siempre.
 Pero, metáforas aparte, cómo quisiera que las cosas volviesen a ser como antes, como un poquito antes y, aunque solo fuese eso, quedarme atrapada eternamente en el instante de tu mirada.