Vaya un rencuentro.
Es raro vestirse así, notar esta
sensación en el estómago. Cuando consigo abrirme paso entre desconocidos bajo los escalones de piedra mientras el sol del
mediodía me derrite los sesos y os veo ahí abajo, todos de traje, más o menos
presentables, formando una especie de semicírculo sin saber muy bien qué deciros.
Hace cuánto, ¿doce años? que no nos vemos, pero os reconozco a todos, y fijaos
si cambian las cosas: de repente, soy el más joven.
Sam, que está exactamente igual
pero con otro corte de pelo y barba de un par de días, mira mi camisa arrugada,
y sé que puede oler a hamburguesa y aceite de freidora (me he duchado dos
veces, pero no hay manera), y pone esa cara que pone siempre antes de una broma
pesada, pero no abre la boca. Supongo que hay cosas que no se pueden decir en
un entierro.
“¿Y bien? ¿Dónde os habíais metido
todos estos años?”. Suena más como un reproche de lo que yo pretendía.
“Yo me mudé al centro, y allí
sigo.”
“Seattle”
“San Francisco. Ahora trabajo en Silicon
Valley...”
“Yo he estado en Europa, aquí y
allá. Ahora mismo vivo en Londres.”
“¡Vaya! ¿Europa? ¿Qué se te ha
perdido a ti en Europa?”
“Tus horizontes siguen tan amplios
como siempre, Rory, felicidades.”
“Te aseguro que mis horizontes no
tienen dinero para cruzar el charco, no todos somos-“
“¿Y tú, Sue?”, interrumpe Brian, pacificador.
Ella da una calada al cigarro. Tengo que decir que está muy guapa con el
pelo corto y teñido de negro. Siempre ha sido muy guapa, aunque me gustaba más
cuando sonreía. Y en fin, digamos que tras todos mis esfuerzos, resulta que su
barco flotaba en otras aguas, si sabéis lo que quiero decir.
“Ahora vivo en la costa este. Nunca
pensé que acabaría en Boston, con ese tiempo, con esas nubes. Supongo que le he
acabado cogiendo el gusto a las estaciones.”
“Yo me quedé.” Brian parece casi avergonzado, y le dirige una mirada tristísima a Rick, que asiente.
No hay que ser un genio para darse cuenta de que ellos dos no llevan tanto tiempo
sin verse como los demás, ni de que Brian siente que le hemos abandonado con la carga de recordarnos a todos.
“Já, el último guardián de los suburbios”, bromea
alguien.
Toda una carga, si lo piensas.
“No sé cómo aguantas” Sue lanza
el cigarro al suelo y pisa la colilla para apagarla, con expresión de disgusto. “Era un sitio de mala muerte. Allí nada
cambia nunca.”
“No, Susan” comienza
él, con esfuerzo, sin mirarle a la cara. “Todo
cambia. Y… es muy dif-”
“Bueno, Richie, ¿y tú? Dime que lo
conseguisteis, eh. No me defraudes.”
Rick deja de mirar a Brian y me sonríe, aunque parece costarle un
esfuerzo enorme. Era el mayor de todos nosotros, el líder, algo así como mi modelo a seguir. Siempre soñando con el futuro, siempre con ese nosequé en la mirada al caer la tarde, como si us ojos dijesen “Richard está ausente. Por favor, vuelva en
otro momento”. Necesito saber que al menos él ha hecho algo que merece la
pena.
Asiente con timidez. “Lo tenemos. Si todo va bien, empezaremos a
grabar en dos semanas”
Le felicitamos. Él aprieta con fuerza
la mano de Darla y se miran como ya hacían antes, como si se leyesen la mente. Creo
que por un momento me siento un poco celoso…no por Darla, sino por ellos, siempre
tan unidos, siempre contándose con los ojos todo lo que a los
demás nunca nos decían con palabras. Años después de marcharse, de que todos
nos marchásemos, se volvieron a encontrar, y no se han separado desde entonces.
No es que yo lo entienda del todo, la verdad, pero espero que sean muy felices y que Darla le ayude con esa tristeza
que sé que no es por el funeral, esa que parece que se lo va a tragar un día de
estos.
Nos quedamos callados. Doy patadas
a una piedra en un silencio que no es exactamente incómodo pero que me hace
sentir aún más lejos de ellos, aunque no dura mucho; la madre de Sam viene hacia nosotros, llorando, sudando y
resoplando.
“Por Dios, no, que no se acerque
aquí.”
“Lo que me faltaba…yo paso de esto”
Sue y su hermano se miran con cara de circunstancias cuando la mujer
llega con la cara congestionada, tintineando con todos sus colgantes y sus uñas
rojas y un enorme pañuelo con el que se seca las lágrimas y el maquillaje que
se le desparrama por la cara. ¿Cómo puede haber envejecido tanto? Es increíble.
“Chicos, como me alegro, como me alegro de que estéis aquí después de
todo este tiempo”.
Todos estamos demasiado incómodos como
para responder. Nos mira, moviendo la cabeza de uno a otro como
una especie de gallina. Y luego, como me temía, me agarra del brazo (me está clavando
las uñas) y me lleva aparte, hasta la tumba de Sam, y solloza con más fuerza en
su pañuelo. Quisiera estar en cualquier otro sitio.
“Tú eras
su mejor amigo… ya sabes, cuando vivíamos en las afueras. Era maravilloso. Un poco
inconsciente, eso sí, pero era un niño maravilloso. Todos lo erais. Y vosotros dos,
los más pequeñitos…vosotros os queríais tanto…Y él quería tanto a su mami.”
Se sonó, armando un jaleo impresionante. “Te
parecerá una tontería, Rory, pero a veces pienso que la culpa ha sido mía.”
Quiero reírme ahí mismo, en su cara, frente a la lápida de Sam,
partirme de risa hasta que él me oiga y se ría conmigo desde lo más profundo
de este mundo de mierda. Quiero soltarme del brazo de esta mujer y decirle lo
que pienso, lo que todos pensamos. Pero no digo nada.
Hay cosas que no se pueden decir en
un entierro. No puedes decirle a la madre de tu amigo muerto que es responsable de que su hijo de veintisiete años se
pegase un tiro en la cabeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario