miércoles, 28 de noviembre de 2012

El espejo.


Cierro los ojos y el aire es  tan cálido que sonrío sin querer, primero con la boca cerrada, después enseñando todos los dientes hasta que me duele la cara. Me estiro en la toalla y me río, y mi risa es cálida como el aire y lo hace vibrar. Vuelvo a abrir los ojos y veo un cielo sin luna ni estrellas, pantalones cortos y rodillas manchadas de hierba. Un mechón de pelo, una mejilla pecosa. El aire me abraza, y por un momento me siento un poco menos sola.

*

Cierro los ojos y el aire es tan frío que me lagrimean los ojos mientras pienso en ti, y en mí sin ti, y en toda la tierra y el mar que nos separa. Me encojo dentro del abrigo y el viento me agrieta la piel y la luna llena brilla entre las nubes en un cielo sin estrellas. Puedo imaginarte tumbada en el campo, y tu sonrisa y tus rodillas manchadas de hierba y como escuchas las cigarras chirriando a tu alrededor y piensas en escribir sobre ellas y sobre tus amigos y sobre las voces que se pierden en el verano que no termina nunca. Y sé que no lo escribirás, y querrás escribir sobre el pánico a las páginas en blanco y seguirás sin hacerlo. Estos edificios son más viejos de lo que yo seré nunca y me da miedo que se me congelen las manos si las saco de los bolsillos y te echo de menos.

*

El aire es tan cálido que casi puedo tocarlo, montarme en él y atravesar el país, el mar, y después hacia el norte, hacia el páramo, las colinas, los castillos. Volver a oír tu voz, esa voz ronca que me recuerda a café, tabaco y una fiesta con amigos mientras fuera cae la nieve. Volver a oír tu voz. Volver a oír tu voz. En momentos como este dejaría el calor y el color del verano solo por volver a oír tu voz.

*

Es difícil encender un cigarro cuando el viento sopla como sopla esta noche. Me preocupo porque pienso que ya casi no me acuerdo de tu cara. Sí de tus ojos, sí de tu pelo, de tus labios. Pero cuando intento unirlo todo desapareces y no oigo más que el viento de esta noche y no veo nada más que las sombras en los callejones a la luz de las farolas.

*

Todo es como debe ser: infinito, llano, honesto, dorado y marrón. Las calles son como un tablero de ajedrez y solo dejas de verlas cuando se pierden en el horizonte. ¿Seguirás teniendo las manos tan ásperas?

*

Hay curvas, y hay cuestas, y hay rincones ocultos de un verde aún más oscuro. Hay niebla y lluvia, y hay árboles que forman túneles sobre los caminos. ¿Seguirás queriendo estar en otra parte, como has hecho toda la vida?

*

Ojalá pudieras ver la carretera. Es infinita y ardiente, como todo lo que hay aquí. Es infinita. Hay cactus y tierra roja y nos lanzamos con el coche hacia el atardecer, porque es el único destino posible, el mismo que se ha perseguido en esta tierra desde el principio. Y la carretera es infinita.

*

Eres todo lo que no soy.

*

Echarte de menos es echarme de menos.

lunes, 23 de julio de 2012

Flatland (Brian)


“I looked at the stars, and considered how awful it would be for a man to turn his face up to them as he froze to death, and see no help or pity in all the glittering multitude.” ― Charles Dickens



Al llegar a casa después del funeral se dejó caer a plomo en la cama, boca arriba. Intentó mover el brazo para desabrocharse la camisa, pero su cuerpo no respondía. Brian no se encuentra disponible. Por favor, deje su mensaje después de la señal. ¿Qué estaba…? Los recuerdos iban y venían atropelladamente, como el mar estrellándose contra las rocas una y otra vez.

* * *

El sol brillaba en lo alto, cayendo vertical sobre ellos y recalentando las bicicletas tiradas de cualquier manera al lado del río. Sam hacía rebotar piedras planas sobre el agua; Darla escarbaba con un palo en la tierra distraídamente; los demás pululaban aquí y allá.
Sam lanzó la última piedra con fuerza, no para hacerla saltar, sino para hundirla con un sonoro PLOP, y se giró frotándose la nuca enrojecida.
-Tíos, -nos miró como si le diese un poco vergüenza lo que iba a decir- ¿nunca habéis… pensado en qué pasará cuándo nos hagamos mayores?
-¿Cómo mayores? – farfulló Cris masticando un regaliz.
Sam se encogió de hombros.
-Pues mayores. Ya sabéis, cuando nos vayamos de aquí, de casa, a estudiar o lo que sea, y ya no haya más días como estos, ni más bici, ni bosque, ni parque, ni calle principal, ni más tomar el sol en el jardín de Rick. Cómo seremos, y eso… bueno, no sé.
Durante el breve silencio tenso y extraño que siguió  no todos parecían entender lo que Sam quería decir, pero Brian lo hizo, y se agarró las rodillas hasta que los nudillos se le quedaron blancos y una sensación muy desagradable le llenó el estómago.
Rory  soltó una carcajada.
-Venga ya. Ninguna de esas cosas se van a mover de aquí, ¿eh? Volvamos cuando volvamos, todo será igual que ahora. No te preocupes por tonterías.- giró la cabeza para mirar las bicis y sonrió mostrando todos los dientes- ¿Una carrera hasta el puente?
El viento les revolvía el pelo. El tiempo no pasaba nunca.

* * *

Se le abrió la boca inconscientemente para dejar escapar un sollozo, y luego otro y otro, aunque fue incapaz de emitir ningún sonido y eran casi convulsiones. Le dolía el pecho del esfuerzo, y las lágrimas le resbalaban por los laterales de los ojos.
Sam lo sabía. Que aquellos días aparentemente iguales e inacabables eran en realidad únicos e iban a desaparecer, igual que el bosque, el parque o la casa de Mike. Igual que ellos mismos.
El sol del atardecer se colaba por la ventana abierta, revelando el polvo que flotaba en el aire y se posaba poco a poco sobre los muebles. ¿Por qué siempre estaba atardeciendo? Ya no recordaba la última vez que se había levantado temprano y el sol brillaba en lo alto y el cielo era una enorme curva azul que se prolongaba hasta más allá de las montañas. Parecía que desde hacía años el día siempre agonizaba, y todo eran siluetas, luz anaranjada y una brisa triste hasta la noche, hasta que cantaban los grillos y el calor llenaba de ondulaciones los sueños (y las pesadillas).

 Cuando consiguió levantar una mano, despacio, la puso frente a su cara. Daba la sensación de que el sol la atravesaba, y habría jurado que casi podía ver a través de ella. De repente le dio la sensación de estar hecho totalmente de polvo, y empezar a deshacerse poco a poco en el aire, desde la punta del dedo corazón, dejar su traje vacío sobre la cama y atravesar la mosquitera de la ventana, hacia el exterior. Si me muero en primavera, quiero que el aire de mayo me lleve con él.

Un llanto extraño le salió del fondo de la garganta, provocándole una punzada de dolor. Pensó en Sam, y se dio cuenta de lo que nadie quiere darse cuenta: no volvería a verle reír, ni llorar, ni comentar la última película que había visto, ni ganar casi todas las carreras de bicicleta, ni intentar dormir siempre en casa de alguno de ellos para no tener que ver a su madre. Ojalá se hubiesen mantenido en contacto, ojalá le hubiese visto crecer, cambiar, conseguir el primer trabajo, ojalá le hubiese preguntado de vez en cuando, sin necesitar un motivo, qué tal estaba, qué leía, qué escuchaba, qué hacía y qué quería hacer en el mundo. Ojalá nunca le hubiese dicho adiós, ni a él ni a ninguno de los otros, porque las despedidas progresivas y sin palabras son las más tristes. Se sentía impotente al saber con certeza que nada iba a cambiar con los demás, que ya era demasiado tarde y lo único que tenían en común eran cada vez menos recuerdos.
Solía creer que quedarse ahí lo haría más auténtico, que ser fiel a aquella casa, a aquellas calles, le ayudaría a no perderse a sí mismo. Y se sentía responsable, porque todos los demás parecían haber olvidado que crecieron allí y se habían ido, atraídos por el espejo de la ciudad. Él se había aferrado a los suburbios para permanecer inmutable como ellos, sin darse cuenta de que aquellas calles estaban hechas para cambiar, de que unos se iban y otros llegaban, y derrumbaban, construían, transformaban, compraban, vendían. A veces, al anochecer, todo le resultaba desconocido, y se sentía solo y extraño, perdido en una extensión salvaje, eternamente cambiante, muerta.

Sus padres habían querido vender la casa al mudarse a Florida. "Ya es hora de que te vayas a la ciudad, es lo que hacen los jóvenes". Lo que hacen los jóvenes es mirar solo adelante hasta que por fin un día vuelven la vista hacia las cenizas de lo que han dejado tras ellos. Pero él había prometido cuidar la casa y a sí mismo, y ahora le parecía no haber cumplido ninguna de las dos cosas. La pintura amarilla se había ido desconchando poco a poco, igual que la valla blanca. Y el jardín, bueno… era su madre la que sabía de flores, así que lo único que quedaba de los parterres era un poco de tierra gris, y la hierba crecía irregular por todas partes.
También él se había ido deteriorando a su propio ritmo. Había perdido pelo, a pesar de ser joven, estaba más delgado y cada día más miope. Pero eso era lo de menos. Había terminado la carrera y  conseguido trabajo en una empresa situada a las afueras. La idea de no tener que conducir hasta el centro para trabajar le había atraído mucho; la ciudad de daba pánico. Cada día entraba en su cubículo, encendía el ordenador, hacía su tarea, tomaba un par de cafés, charlaba con sus compañeros sobre trivialidades y volvía a casa. Tenía que haber sido fácil, era lo que mejor se le daba. Y, sin embargo, si alguien le preguntase el nombre de alguno de sus compañeros o la descripción de sus caras, no habría sabido responder. Le asustaba dase cuenta de que no veía nada ni a nadie; ni siquiera habría podido decir de qué color era el pelo de su jefe, o su mesa, o el fondo de pantalla del ordenador. Cada vez le resultaba más fácil perder totalmente el contacto con el presente para acabar rodeado de sombras y ecos, y le sorprendía oírse a sí mismo dando respuestas coherentes. ¿Era esa su boca? ¿Era ese su cuerpo, su vida?

Se puso de pie con esfuerzo, quitándose las gafas para secarse las lágrimas, y sintió que tenía que arreglar el jardín en ese mismo momento. El rugido del cortacésped le impedía pensar en Sam. Le impedía pensar. Siguió hasta que se hizo de noche y la oscuridad le obligó a parar.
Apoyado en la valla buscó la luna con la mirada, pero no la encontró; solo había un montón de estrellas blancas, tan lejos de él, y tan lejos las unas de las otras. Volvió a pensar en el funeral, en la enorme distancia que los había separado a todos incluso entonces, a pesar de estar físicamente tan cerca.
No pudo volver a llorar, ni apartar la vista del cielo, ni recordar quién era, pero pensó que nadie debería sentirse tan solo.

lunes, 25 de junio de 2012

Flatland (Rory)


Vaya un rencuentro.
Es raro vestirse así, notar esta sensación en el estómago. Cuando consigo abrirme paso entre desconocidos bajo los escalones de piedra mientras el sol del mediodía me derrite los sesos y os veo ahí abajo, todos de traje, más o menos presentables, formando una especie de semicírculo sin saber muy bien qué deciros. Hace cuánto, ¿doce años? que no nos vemos, pero os reconozco a todos, y fijaos si cambian las cosas: de repente, soy el más joven.
Sam, que está exactamente igual pero con otro corte de pelo y barba de un par de días, mira mi camisa arrugada, y sé que puede oler a hamburguesa y aceite de freidora (me he duchado dos veces, pero no hay manera), y pone esa cara que pone siempre antes de una broma pesada, pero no abre la boca. Supongo que hay cosas que no se pueden decir en un entierro.

“¿Y bien? ¿Dónde os habíais metido todos estos años?”. Suena más como un reproche de lo que yo pretendía.
“Yo me mudé al centro, y allí sigo.”
“Seattle”
“San Francisco. Ahora trabajo en Silicon Valley...”
“Yo he estado en Europa, aquí y allá. Ahora mismo vivo en Londres.”
“¡Vaya! ¿Europa? ¿Qué se te ha perdido a ti en Europa?”
“Tus horizontes siguen tan amplios como siempre, Rory, felicidades.”
“Te aseguro que mis horizontes no tienen dinero para cruzar el charco, no todos somos-“
“¿Y tú, Sue?”, interrumpe Brian, pacificador.

Ella da una calada al cigarro. Tengo que decir que está muy guapa con el pelo corto y teñido de negro. Siempre ha sido muy guapa, aunque me gustaba más cuando sonreía. Y en fin, digamos que tras todos mis esfuerzos, resulta que su barco flotaba en otras aguas, si sabéis lo que quiero decir.

“Ahora vivo en la costa este. Nunca pensé que acabaría en Boston, con ese tiempo, con esas nubes. Supongo que le he acabado cogiendo el gusto a las estaciones.”

“Yo me quedé.” Brian parece casi avergonzado, y le dirige una mirada tristísima a Rick, que asiente. No hay que ser un genio para darse cuenta de que ellos dos no llevan tanto tiempo sin verse como los demás, ni de que Brian siente que le hemos abandonado con la carga de recordarnos a todos.

“Já, el último guardián de los suburbios”, bromea alguien.

Toda una carga, si lo piensas.

“No sé cómo aguantas” Sue lanza el cigarro al suelo y pisa la colilla para apagarla, con expresión de disgusto. “Era un sitio de mala muerte. Allí nada cambia nunca.”

“No, Susan” comienza él, con esfuerzo, sin mirarle a la cara. “Todo cambia. Y… es  muy dif-”

“Bueno, Richie, ¿y tú? Dime que lo conseguisteis, eh. No me defraudes.”
Rick deja de mirar a Brian y me sonríe, aunque parece costarle un esfuerzo enorme. Era el mayor de todos nosotros, el líder, algo así como mi modelo a seguir. Siempre soñando con el futuro, siempre con ese nosequé en la mirada al caer la tarde, como si us ojos dijesen “Richard está ausente. Por favor, vuelva en otro momento”. Necesito saber que al menos él ha hecho algo que merece la pena.

Asiente con timidez. “Lo tenemos. Si todo va bien, empezaremos a grabar en dos semanas”

Le felicitamos. Él aprieta con fuerza la mano de Darla y se miran como ya hacían antes, como si se leyesen la mente. Creo que por un momento me siento un poco celoso…no por Darla, sino por ellos, siempre tan unidos, siempre contándose con los ojos todo lo que a los demás nunca nos decían con palabras. Años después de marcharse, de que todos nos marchásemos, se volvieron a encontrar, y no se han separado desde entonces. No es que yo lo entienda del todo, la verdad, pero espero que sean muy felices y que Darla le ayude con esa tristeza que sé que no es por el funeral, esa que parece que se lo va a tragar un día de estos.

Nos quedamos callados. Doy patadas a una piedra en un silencio que no es exactamente incómodo pero que me hace sentir aún más lejos de ellos, aunque no dura mucho; la madre de Sam  viene hacia nosotros, llorando, sudando y resoplando.

“Por Dios, no, que no se acerque aquí.”
“Lo que me faltaba…yo paso de esto”

Sue y su hermano se miran con cara de circunstancias cuando la mujer llega con la cara congestionada, tintineando con todos sus colgantes y sus uñas rojas y un enorme pañuelo con el que se seca las lágrimas y el maquillaje que se le desparrama por la cara. ¿Cómo puede haber envejecido tanto? Es increíble.
 “Chicos, como me alegro, como me alegro de que estéis aquí después de todo este tiempo”.

Todos estamos demasiado incómodos como para responder. Nos mira, moviendo la cabeza de uno a otro como una especie de gallina. Y luego, como me temía, me agarra del brazo (me está clavando las uñas) y me lleva aparte, hasta la tumba de Sam, y solloza con más fuerza en su pañuelo. Quisiera estar en cualquier otro sitio.

 “Tú eras su mejor amigo… ya sabes, cuando vivíamos en las afueras. Era maravilloso. Un poco inconsciente, eso sí, pero era un niño maravilloso. Todos lo erais. Y vosotros dos, los más pequeñitos…vosotros os queríais tanto…Y él quería tanto a su mami.” Se sonó, armando un jaleo impresionante. “Te parecerá una tontería, Rory, pero a veces pienso que la culpa ha sido mía.”

Quiero reírme ahí mismo, en su cara, frente a la lápida de Sam, partirme de risa hasta que él me oiga y se ría conmigo desde lo más profundo de este mundo de mierda. Quiero soltarme del brazo de esta mujer y decirle lo que pienso, lo que todos pensamos. Pero no digo nada.

Hay cosas que no se pueden decir en un entierro. No puedes decirle a la madre de tu amigo muerto que es responsable de que su hijo de veintisiete años se pegase un tiro en la cabeza.

domingo, 17 de junio de 2012

Lo antiguo, lo triste, lo auténtico.


Eres lo único que tengo, y no te tengo. Eres como un mediodía gris de otoño justo después de llover, eres cada estrella de nieve en la nevada infinita a través de mi ventana; eres una vacía tarde de domingo. Pero también eres el despertar perezoso en vacaciones, el rayo de sol que hace cosquillas en la mejilla a través de la persiana, eres el crujido de la primavera a la salida del colegio; eres una dorada tarde de verano.

Eres todas mis tardes, y mis mañanas, eres mis noches cuando no puedo dormirlas. Eres un millón de mariposas; eres esperanza y decepción cuando eres ilusión y desesperanza. Eres de color esmeralda. Quizá en un punto las paredes fueron de papel y la distancia fue solo -y como siempre, y por desgracia- la que yo puse, la que probablemente volvería a poner y pondré siempre.
 Pero, metáforas aparte, cómo quisiera que las cosas volviesen a ser como antes, como un poquito antes y, aunque solo fuese eso, quedarme atrapada eternamente en el instante de tu mirada.

lunes, 7 de mayo de 2012

Flatland (A y B)


-You are a stream! Do you hear me? A stream.
-I'm not sure that means anything.
-I WANT A RIVER! 

******

El día que tiré la televisión por la ventana fue el último día que nos vimos. Me acuerdo de cómo cayó, prácticamente a cámara lenta, con un CRASH prolongado (casi cómico, en realidad), rompiendo el acuario y la cristalera y cayendo al jardín que dejamos de regar cuando ella quitó todas las flores y las cambió por un patio de cemento.

A: Estás completamente histérica, estás histérica…no entiendo nada de lo que dices.
B: ¿No vas a decirme la verdad? No estoy histérica. Dime la verdad; no estoy histérica. Eras tú quien quería hablar, pues venga, vamos a hablar, ¡veeeenga!
A: ¿Sabes qué? Somos totalmente diferentes.
B: ¿Sí? ¿Totalmente diferentes cómo? ¿En el sentido de que tú me engañas con otra persona y yo no?
A: En el sentido de qu-
B: CON UN HOMBRE. Me engañas con un hombre.
A: Por favor, ¿puedes dejar de gritar? Mira, no puedo entender…
B: ¿Qué es lo que no puedes entender exactamente? Porque yo tampoco entiendo nada. Creía que todo esto…que esto nos pertenecía. Que nos habíamos mudado aquí, que yo iba a encontrar trabajo y que las cosas nos iban a ir bien, pero en el fondo sí, tienes razón, bien, somos dos personas diametralmente opuestas, en todo, no solo en nuestra profesión, ni en la forma de cocinar ni de vestir ni de viajar. Somos diferentes en todo. ¿Te acuerdas del día en que nuestros padres se conocieron? ¿Te acuerdas, no? Y yo quería que saliésemos todos a pasar el día en el campo para que todo fuese más fácil pero tú, TÚ organizaste una cena, y nos vestimos de gala, por dios bendito, y sacaste champán, ¡cómo si hubiese algo que celebrar!
A: Claro que había algo que celebrar. Lo había, ¡sí que lo había! No, no empieces, esa cara no. Lo había, pues claro que sí… No me montes el numerito con eso ahora.
B: No había nada. No, mírame. No había NADA que celebrar. (…) Con un hombre, por dios. ¿Es guapo? Dime que al menos es guapo. Espera. ¿No será de tu trabajo, verdad? Dime que no es uno de esos ejecutivos porque te juro que me largo de esta casa.
A: (…)
B: Oh...Oh. Lo es. Bien, bien, muy bien… ¿Sabes qué? En el fondo lo sabía, ¿eh? Sí, en el fondo lo sabía, siempre lo he sabido. Todo esto, tú y yo, cómo nos conocimos. Siempre tuve esa duda. ¡Sí, sí, deja de mirarme así! Siempre tuve esa duda, esa especie de cosquilleo en la nuca, esa sospecha de que a pesar de las sonrisas y los guiños y de todo eso, a pesar de todo, solo te acercaste a mí porque éramos jóvenes y no sabías muy bien quién eras.
A: Seguimos siendo jóvenes.
B: No, no lo somos. ¡Cállate! NO. LO. SOMOS. Hemos dejado de serlo desde el momento en que has entrado por esa puerta y me has regalado esta mierda de collar y he visto, HE VISTO, cómo se te ponía esa cara de “he hecho algo horrible y quiero hacerte sentir bien sin decirte la verdad”.
A: Te he dicho la verdad.
B: Porque no te he dejado otra opción, porque prácticamente se te ha escapado. Eres una mentirosa, No, ¡NO DIGAS NADA! Eres una puta mentirosa, ¿lo sabías? Porque espero que sepas lo mentirosa que eres.
A: Te repito por enésima vez que no me gustan los hombres.
B: ERES UNA PUTA MENTIROSA. ¡No! ¡No te atrevas a acercarte, no bajes ese escalón! Ni se te…ocurra. Ahí. Quédate ahí.
A: Mira, escúchame. Escúchame, ¿quieres? ¿Me vas a escuchar? No soy...así. No lo soy.
B: Oh, vale. ¿Entonces qué eres?
A: …No lo sé.
B: Deja de hacer eso. Deja de encogerte de hombros. ¡PARA YA! Una piedra, una rana, un barco de vela, dime qué eres, porque si tú no lo sabes, yo tampoco.
A: No. Lo. Sé.
(…)
B: Tú nunca sabes nada.
A: ¿Qué?
B: Qué tú nunca sabes nada.
A: Oh, ya estamos…aquí viene.
B: Nada, solo sabes llenar esta casa de muebles minimalistas de mierda y responder al teléfono. ¡Nada! Ni siquiera si te gustan los hombres y las mujeres, ni siquiera pedirme perdón.
A: Que te he dicho que lo siento…
B: ¡Ya, pero no lo sientes! ¡No lo sientes!
A: Sí lo siento, Susan, pero no me escuchas-
B: No, no, no, no lo sientes, ¡eres una mentirosa! ¿Por qué me mientes, qué necesidad tienes de mentirme? Al menos podrías tener la decencia, ¿eh?, la decencia de admitir que te da exactamente igual todo esto, ya que no parece que vayas a dejar de ver a ese…a ese.
(…)
A: Tienes razón.
B: ¿Ah?
A: Que tienes razón. No lo siento.
(...)
B: Ah, muy bien. Perfecto, en realidad.
A: Pero no me gustan los hombres. Solo éste.
B: ¿Solo éste?
A: Sí. Sí, solo éste.
B: Menos mal, menos mal, eso ya es muy distinto. En ese caso sigue tirándotelo, no te preocupes por mí, ¡adelante!
A: ¡No te he dicho que esté bien, solo te he dicho que no es verdad que me gusten los hombres! Me gustan las mujeres. Creo. O… o supongo que los dos.
B: Los dos, vale. Y me estás engañando con él porque… (…) ¿Piensas contestarme?
A: En realidad esta discusión es totalmente irrelevante.
B: ¿Cómo dices?
A: Creo que ya no te quiero.
B: Yo también.
A: ¿Qué?
B: Que yo también creo que ya no me quieres.
A: ¿Y qué vamos a hacer?
[El personaje B se encoge de hombros. El personaje B soy yo, claro. Soy yo la que se encoge de hombros esta vez y a la que se le empañan los ojos, pero la sola idea de llorar en este momento me cabrea. Me cabrea esta casa y me cabrea llevar años en una relación construida sobre un montón de promesas que no sirven ni sirvieron nunca para nada, y sobre la estabilidad económica que creíamos que nos salvaría de las típicas discusiones innecesarias. Joder...joder.] 

¿Y sabéis lo que hizo entonces ella? BOSTEZÓ. Ni siquiera fue un bostezo falso para molestarme, bostezó de verdad, e intentó disimularlo, pero fue un auténtico bostezo de indiferencia. En el fondo a eso se reducía lo nuestro. A un bostezo.
Así que cogí su estúpida televisión ultraligera último modelo, y de tan ultraligera que era casi no tuve que esforzarme para tirarla contra la ventana del salón, llevándome por delante el acuario lleno de peces-payaso. 

CRASH.

Pum. Qué espectáculo. La televisión se hizo mil pedazos en el patio. Los peces se fueron escurriendo entre los cristales rotos hasta caer en la alfombra, donde se agitaron de forma patética.
Nosotras éramos como esos peces agonizantes. Yo era como esos peces. Intentando mantener a flote esta especie de…¿de qué? De estupidez, aunque cada vez nos costara más sonreírnos o besarnos o encontrar algo que decir cuando volvíamos del trabajo. ¿Por qué nos portábamos como una pareja que llevara 40 años casada?  Y aquella casa…tan limpia y tan fría y con esos muebles blancos y negros y de cristal, y la sauna, y el jardín que había sido asesinado, arrancado de raíz como toda la vida que había y pudo llegar a haber en este…iba a decir “en este hogar”, pero esto nunca ha sido un hogar. Nunca ha sido nada, sinceramente.
Ni siquiera dio un respingo cuando rompí la ventana ni se acercó a los peces que morían. Solo cuando me senté en el sofá y me tapé la cara con las manos la oí sacar una bolsa de plástico y empezar a recoger los animales y los trozos de cristal.

B: Creo que no quiero volver a verte nunca.

Ni se molestó en responderme, pero me miró hacer la maleta desde la puerta de la habitación, y yo la vi ahí parada, en la entrada de la casa, con su traje azul marino y su BMW y su jardín de cemento, como pidiéndome en silencio que no me fuese del todo.

viernes, 6 de abril de 2012

Polaroid.


Ah, pero el mundo iba a ser mucho más que esto, ¿verdad?
Por mi podría haber sido siempre la misma foto, la misma calle, la misma luz de verano.
Y tu melena roja como el fuego intentando seguirte el paso mientras corrías.
Y tu corazón rojo como el fuego, ardiendo y esperando bajo tu piel y tu sonrisa.

jueves, 22 de marzo de 2012

Flatland (Rick y Darla)

Recogemos las toallas y los restos de la barbacoa y los meto en el maletero, en la cesta de mimbre. Empieza a atardecer y el viento que viene del mar nos invita a marcharnos.
“Podemos dar un rodeo y atravesar el barrio antes de volver a la ciudad, ¿qué te parece?”
“Han pasado quince años.”
Es curioso volver a lo que creías tuyo y no encontrar nada. Los niños siguen andando en bicicleta por todas partes, hay hombres segando la hierba del jardín en manga corta a un lado y a otro de la calle, algunos garajes abiertos y llenos de trastos, otros cerrados. Todo es igual y, sin embargo, todo es diferente, aunque al principio no quiero darme cuenta.
“¿Hemos pasado ya tu casa? No he visto…”
Te miro y pareces relajada, pero tienes los ojos vidriosos e inmóviles. Tu casa ya no está. La mía, como compruebo cuando giras a la derecha, tampoco; ahora es el aparcamiento de un centro comercial sin inaugurar. De hecho, toda la calle ha desaparecido, y ya no es Hummingbird, sino solo 17th. Me hundo en el asiento y en mí mismo mientras seguimos recorriendo un barrio cada vez más extraño. El parque y el bosque se han convertido en un montón de calles nuevas con casas más modernas y jardines más pequeños. Es imposible, me digo, es imposible que la mitad de nuestra vida haya desaparecido, es imposible que estemos perdidos en la nada.
“Brian sigue viviendo aquí, sé que sigue en la misma casa, sé que no la tiraron.”
Paras el coche, pero tú no te bajas. Espera aquí, te digo, un poco más alto de lo necesario; ya verás, el bueno de Brian. Pero no es Brian el que me abre la puerta, o no es el Brian que yo recuerdo. El tiempo pasa inevitablemente por todos nosotros, lo sé, pero nunca he visto una mirada tan gris en unos ojos tan verdes como los suyos. Brian en monopatín, Brian riendo con su pelo largo y sus pecas, Brian nadando en el río, al final del bosque, Brian llorando cuando se rompió el brazo en el verano de 1985. Pero es Brian el contable el que me mira desde la puerta. “¿Eres Brian Sommers?”. No me sonríe. “Soy Richard. Crecimos juntos; de hecho…”
“Richard.” repite, y me sigue mirando, de pronto muy lejos de allí. “Ha pasado mucho tiempo…nadie compró la casa de tus padres, ahora ya…”
“No está. Lo sé.” No quiero hablar de lo que no está, sino de lo que aún sigue ahí. “¿Qué tal te va todo? De verdad. ¿Qué has hecho todos estos años?”
Se encoge de hombros, sonriendo sin ganas. “La verdad,…no lo sé. ¿Lo sabe alguien?”
“Alguien debería saberlo.” respondo, con el estómago cada vez más encogido. “¿Y los demás? ¿Queda alguien aquí?”. Niega con la cabeza. “No. Laura fue la primera en marcharse…a Seattle, creo. Thomas me llamó hace años, desde Europa”. Se quita las gafas y se frota el entrecejo, cansado. “Pasé once meses en Canadá con mis padres y, cuando volví, todos los demás se habían ido. Es como un virus, Richard.” No lo dijo, pero supe a lo que se refería.
Mira hacia atrás, hacia el interior, dudoso.
“¿Quieres pasar? Puedo preparar café.”
Echo un vistazo por encima de su hombro, y solo veo oscuridad en una casa que antes fue como mi segundo hogar. Después giro la cabeza hacia el coche, hacia Darla, aún mirando al frente con las manos en el volante. Se ha puesto las gafas de sol.
“Lo siento, pero tenemos que irnos. Me alegro mucho de verte, Brian. Por favor, cuídate.”
Me doy la vuelta para marcharme, y noto su mano en mi antebrazo. Me está mirando y parece a punto de ponerse a llorar o a gritar.
“No sé qué ha pasado con mi vida, Richard.”, susurra, con la voz llena de miedo. “A veces miro atrás y no recuerdo nada. A veces nos veo a todos en cada casa y en cada esquina. Y… me pregunto a dónde se han ido todos esos momentos.”
Quiero abrazarle, pero estoy paralizado. En vez de eso, me voy, me voy notando sus ojos llorosos en mi espalda, y me meto en el coche como un autómata.
No preguntas nada, solo arrancas, y conduces hacia la colina sin que yo te diga que es ahí a donde quiero ir, a donde solíamos subir en bicicleta todas las tardes de verano para ver la puesta de sol sobre los suburbios. Quiero hablar, quiero decirte todo lo que recuerdo, pero se me ha hecho un nudo en la garganta.
Salimos del coche y nos acercamos hasta el borde de la colina. El océano de casas se extiende hasta donde alcanza la vista, las sombras cada vez más alargadas, las calles cuadriculadas cada vez más naranjas bajo la luz del crepúsculo.
Todavía hay vecinos paseando por la calle, lejos de la vida frenética de la ciudad. Adolescentes riendo, como un día lo hicimos nosotros, aburridos de un día a día demasiado fácil sin saber que lo echarán de menos, que lo echaríamos de menos, que algún día querríamos volver pero no podríamos encontrarlo.
Tengo que apoyarme en tus hombros para no caerme, mientras sollozo como un niño.
“Lo siento mucho”, te oigo murmurar mientras me frotas la espalda lentamente. Me agarro a tus hombros, a tus brazos, a tus piernas, hasta que termino en el suelo de rodillas, las palmas de las manos apretándome los ojos con fuerza. Casi ha anochecido.
“¿De dónde somos, Darla?”
Niegas con la cabeza mirando hacia abajo, hacia esas calles que ya no nos pertenecen. “Nosotros no somos de ningún sitio.”
Nunca te he querido tanto en toda mi vida.
Nunca me he sentido tan perdido.

martes, 20 de marzo de 2012

Fragmentos.

Me acuerdo de los veranos en el Coto. ¿Cuántos tenía? ¿Ocho, nueve, diez años?

Me acuerdo de los chicles de miel, de los desayunos, del invernadero; me acuerdo de las cabañas de madera, de la 8 y la 8 bis, y de que todos queríamos la de la piscina porque era grande e importante y porque estaba lejos de la de los monitores. Me acuerdo del observatorio, de la gimnasia matutina, de los herbarios, de los osos que jugaban en la bañera, del taller de velas, de las duchas, de que nunca me apetecía ir a la piscina porque había poca hierba y era áspera, y porque no me gustaba estar en bañador.

Me acuerdo del spray anti mosquitos, de las medallas, del día en que se escapó un ciervo y nos lo encontramos en medio de la plaza, mirándonos con ojos redondos. Y del Aula Magna, de cuando vinieron los malabaristas, de las canciones que teníamos que aprendernos para el último día. “Estamos en el coto escolar, porque León mola cantidad. Si quieres divertirte ven aquí…”, y siempre había alguien que decía “coto” cuando solo tocaba dar palmadas, porque en el fondo quedaba mejor decirlo dos veces… Sigo revisando esos veranos, y me acuerdo de cómo la gente empezó a cambiar, de cómo a las niñas les entraba la risa tonta e iban a hablar con los chicos y a mandarles cartitas, y de las veladas, y de que siempre he odiado y odiaré salir a hacer el ridículo delante de un montón de extraños. Pero otras noches, las buenas noches, cantábamos y mirábamos las estrellas. Me acuerdo de que aún éramos una generación sin móvil y nos llamaban por megafonía para hablar con nuestros padres por teléfono, del día del fuego de campamento, de “Quiero ser bombero”, de aquella noche en la que casi no podía respirar, de la primera vez que me callé durante una discusión y le di la razón a un adulto aunque se equivocaba, porque sabía que no me iba a escuchar. Los niños no hacen eso, y me di cuenta y pensé “vaya…”, y me pregunto si eso fue el principio de algo, y por qué a veces sentimos que es mejor morderse la lengua.

Me acuerdo del día que llegaban los padres, de la bandera, de las actuaciones, del intercambio de números de teléfono aunque nunca, nunca nos llamábamos. De los caballos, de cuando hicimos pan. De cómo cinco días parecían semanas y de que pasa el tiempo y he vivido y no vivido tantas cosas pero no puedo volver atrás a por ellas. Me acuerdo de Alba, con el pelo más corto, con el mismo corazón.

viernes, 16 de marzo de 2012

A Thursday in the life

Me encantas, eres tan mordaz. He fracasado totalmente contigo. Ya sé que a ti te da igual todo. Eres la mejor. Esto parece un psiquiátrico. Vamos a sacar los trapos sucios de Alba... porque eres la chica misteriosa. Me parece muy mal que no te emborraches. Es mi puto sueño. ¿Cómo son los canis ingleses? Casi lloro leyendo tu blog. Soy tú. Te voy a echar mucho de menos. Tía, pues vete a vivir a Inglaterra. No sé qué hacer con mi vida, no sé que hago estudiando algo que no me gusta. Alba es un nombre fácil de pronunciar cuando estás borracho. Me gusta tu cazadora, es muy redonda. Mira qué normal estás, eres lo peor. La gente solo se emborracha porque es la única manera de ser honestos consigo mismos. ¿Por qué eres la única que mantiene la dignidad? Me caes muy bien, pero no de puta madre. Venga, uno de absenta negra. Pues haz algo de borracho si tienes cojones. Necesito saber por qué. Vamos a bailar como Pocoyó. Lo único importante en esta vida es ser feliz.


(Cosas que me han dicho el jueves por la noche.)